Insomniac in BA

Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.

No creo que me alcancen los dedos de las manos y los pies, las pecas de las mejillas y las pestañas de los ojos para contar la cantidad de veces que resoplé por un semáforo en rojo. Uf! ¡Llego tarde! ¡Me pone de la nuca estar parada en esta esquina céntrica llena de gente! ¡Me pierdo el colectivo! Mil y un motivos hay para tenerles bronca.

A mí me gusta salir a caminar. Me parece lindo mirar los edificios, los árboles, a veces la gente, pero parada sola en una esquina mirando para todos lados me termino sintiendo observada. Yo entiendo que no a todo el mundo le emocionan los balcones como a mí y que me miren como si fuera una desequilibrada, pero igual me da vergüenza. Débil de espíritu, la mayoría de las veces voy marchando como un soldadito casi sin pararme a mirar nada, viendo solamente baldosas flojas con las que no me quiero tropezar y gente a la que decido cómo esquivar. Y me deja de gustar salir a caminar.

Hoy por fin me di cuenta: ¿qué mejor oportunidad que el semáforo en rojo para mirar para arriba y contar nubes? Si tanto me cansa la aceleración constante de la ciudad, ¿por qué me enojo con el semáforo en rojo que me da la excusa para pararme a mirar? En este solemne acto multitudinario, declaro al semáforo en rojo enemigo de la ansiedad, obstáculo sólo para el ansioso, generador de oportunidades para ver a los perros que pasean, a los gorriones, y el edificio ¿art déco? que se ve siguiendo el recorrido de 168. Yo no quiero ser una mina ansiosa, y no me voy a exasperar más por los semáforos en rojo.